La ermita se alza sobre los riscos de Bilibio, a seis kilómetros al norte de Haro (La Rioja), donde primero hubo un castillo romano y luego, a finales del siglo V, hicieron vida retirada San Felices, cuya sobria efigie en piedra corona el cerro, y su discípulo San Millán. Más cerca del cielo no podían estar.
Desde este santuario se tiene una panorámica que impresiona durante todo el año, pero especialmente el 29 de junio, día que se celebra la Batalla del Vino. Desde esa altura se puede disfrutar de una maravillosa vista de pájaro de los viñedos y las bodegas de la Rioja Alta.
Desde esta afilada cresta se ve como el Ebro entra en La Rioja, atravesando las llamadas Conchas de Haro (un canal natural que el Ebro ha ido creando a su paso), y serpentea entre los viñedos como un gigante embriagado.
Hay espacios, sitios, lugares que deberían verse por lo menos una vez en la vida porque por mucho que la gente hable de ellos e intente trasladar su belleza, hasta que no se visitan y se viven en primera persona, no se entiende el encanto que reside en ellos. Esto sucede con la Ermita de San Felices, nombrada por la Guía Repsol como el mejor rincón de España en 2014.
Origen e Historia
Felices de Bilibio nació en el año 443 y será quien va a hacer famoso este lugar. Sus inquietudes, sobre todo en temas divinos le llevarán a ordenarse como presbítero y a retirarse para dedicarse a la oración en lo que se conocía como los Riscos de Bilibio. Pronto se le empieza a conocer entre los lugareños como “el hombre santo” por sus múltiples y milagrosas intervenciones logrando captar el interés de Millán, el que conoceremos como el Santo de la Cogolla y que se convirtió en el discípulo de Felices durante 3 años.
Felices de Bilibio falleció con casi 100 años y se encargó de ordenar el sitio en el que quería ser enterrado, que no podía ser otro lugar que en uno de los riscos que formaron parte de su hogar durante su vida espiritual.
El castillo de Bilibio que acogía la capilla y el sepulcro de San Felices, trató de resistir el ataque árabe a principios del S.VIII, pero finalmente fue conquistado por los musulmanes. Algo que duró hasta su posterior reconquista por Sancho I Garcés ya en el siglo X.
En 1076 el rey Alfonso VI cedió el castillo a Don Lope Díaz (padre de Don Diego Lope de Haro) y a mediados del S.XI los habitantes de Bilibio se van a trasladar a lo que hoy conocemos como Haro, siendo finalmente los restos de San Felices trasladados al Monasterio de Yuso.
En 1710 comenzó a construirse la Ermita de San Felices en honor al Santo, ocupando el espacio donde se encontraba el antiguo castillo. Sufrió numerosas modificaciones y reconstrucciones, la última en 1942. El 21 de junio de 1964 se inauguró la estatua de San Felices con un libro abierto en sus manos y que prácticamente parece el guardián de esos riscos, de sus riscos.
Pueblo de Haro
Haro es la capital del vino riojano, donde empezó a gestarse su fama y donde más y mejores bodegas hay. En el barrio de La Estación se encuentra la más antigua, López Heredia Viña Tondonia, un templo del vino de 1877, con taller de tonelería y anexo en forma de frasca diseñado por Zaha Hadid.
La visita se antoja perfecta para compartirla entre amigos. En Haro, además, se come como se bebe: divinamente. Chuletillas de cordero al sarmiento, callos y morros a la riojana, menestra de verduras, las patatas con chorizo, los pimientos rellenos, las rosquillas y muchos otros…, no te lo puedes perder.
La Iglesia de Santo Tomás, del S.XVI, se construyó en honor al santo que le da nombre y está considerada como Bien de Interés Cultural. Se encuentra edificada sobre un antiguo edificio de piedra de sillería y consta de 3 naves iguales en altura que albergan en su interior el que es el retablo mayor más grande de La Rioja.
Sin duda la Ermita de San Felices es un lugar que hay que visitar, pues además de destacar por su incuestionable belleza, en los Riscos de Bilibio tiene lugar una de las tradiciones más famosas de Haro y de La Rioja; la Batalla del Vino, que se celebra todos los años el 29 de junio y que parece ser que tiene su origen en la fiesta que se organizaba durante el almuerzo de los romeros que acudían a misa a la Ermita de San Felices y que ya contentos, comenzaban a mancharse con el vino que tenían en sus botas. Un gesto inocente que ha dado lugar a esta conocida celebración y que consiguió que fuera declarada de Interés Turístico Nacional, llegando a lanzarse hasta 130.000 litros de vino.
.