Las
menorquinas son un clásico del calzado
español, y da igual cómo las llames, nunca pasan de moda: avarcas, abarcas,
menorquinas, mallorquinas, ibicencas…
Las menorquinas, inicialmente, se fabricaban a mano y únicamente con piel e hilo encerado. Aunque los materiales y el estilo han ido cambiando con los siglos, lo que sí se conserva todavía es su carácter artesanal.
En
España existen numerosas variantes
de este tipo de calzado de cuero. Se puede decir que la albarca de cuero es una de las más antiguas formas de calzado
en la península: avarca menorquina, la albarca vasca, la albarca castellana
o la más primitiva y tosca de todas, la
calzaera.
Origen e historia de
las Menorquinas
Como
suele suceder en estos casos, no se sabe a ciencia cierta cuándo comenzaron a
utilizarse las menorquinas pero sí que hay algunos indicios. En primer lugar,
parece que en Menorca sí que está el
origen de este calzado.
Todo
parece indicar que los primeros en utilizar este tipo de calzado, fueron los honderos de las islas Baleares (lanzadores
de piedras), que se encontraban al servicio del general cartaginés Aníbal, en
su lucha contra los romanos en torno al 200 a.C.
Más
tarde, y debido a la fortaleza y flexibilidad de las mismas, fueron utilizadas
por los campesinos y labriegos de la
zona, que vieron en este tipo de calzado una forma ideal de proteger sus
pies durante las largas jornadas de duras labores en el campo.
Desde
entonces, su primitivo aspecto y la utilización inicial de las abarcas
menorquinas, ha ido variando y
evolucionando.
La evolución de las
Menorquinas
En
un principio estaban totalmente realizadas
en piel y cosidas a mano con hilo encerado. Sin embargo, estrenando el
siglo XX, con el comienzo del uso generalizado del automóvil entre las altas
capas de la sociedad, llegó a la vida de las tradicionales avarcas, un nuevo componente.
¿Que
qué tiene que ver el automóvil con una abarca menorquina? Resulta que, a
alguien se le ocurrió reforzar la suela de las menorquinas, con el caucho de las ruedas viejas de los
automóviles. Sencillo, pero perfecto, ¿verdad?.
Ahora
las abarcas durarían más, el pie estaría más protegido de la humedad y de lo
abrupto del terreno, introduciéndose además el factor antideslizante y de
flexibilidad de este material. ¡Sencillamente genial!
Y
de ser un calzado práctico y cómodo para trabajar, entre los años 70 y 80 se convirtió en tendencia de la moda
menorquina para después extenderse por el resto de islas baleares y poco a poco
por el resto de nuestro país, de ahí que también se llamen zapatos mallorquinas
o sandalias ibicencas.
La
enorme demanda de este tipo de
calzado, también hizo que fuese necesario poner al servicio de su fabricación
los nuevos avances tecnológicos. Sin embargo, el factor artesanal sigue ocupando un lugar importante dentro de la
cadena de producción del mismo.
Las
menorquinas han ido evolucionando a lo largo de la historia para atender a las
necesidades que las circunstancias van marcando, pero sin perder la esencia y el sabor a tradición que las caracteriza.
En la actualidad, las abarcas menorquinas, además de ser un calzado cómodo, flexible, transpirable y natural, también son fiel reflejo de las tendencias que marca la moda, en cuanto a colores y diseños. No lo dudéis!, la abarca menorquina es siempre una buena opción para estar frescos, cómodos y a la moda este verano.
Se llama barquillero a una persona que vende barquillos. En particular, fueron muy populares en el siglo XIX y comienzos del XX los barquilleros que vendían su producto en la calle.
Los barquillos son unos dulces basados en una hoja delgada de pasta, hecha con harina (sin levadura), azúcar o miel, y por lo general canela. El barquillo era calentado en moldes cuya figura era convexa o en forma de barco (de donde procede su nombre) aunque en la actualidad cuenta con la forma de canuto que todos conocemos.
Historia y Origen del barquillo
El origen de los barquillos nos lleva hasta principios del cristianismo. En esta época los barquillos eran derivados del pan divino (pan de ángel) y eran repartidos a los fieles en las iglesias. Desde entonces su composición ha ido evolucionando ligeramente. En los monasterios copiaban las recetas, las realizaban y las modificaban para ser posteriormente vendidas al público. Y entre estas recetas se encuentra la de los barquillos.
Los primeros utensilios encontrados para fabricar barquillos datan de 1440 y llevan grabados los escudos heráldicos de la casa real de Aragón. Se cree que estos instrumentos pudieron pertenecer a Juan II de Navarra y Aragón. El objetivo de esta decoración heráldica no era otro que mostrar la supremacía y poder de la corona y del rey de Aragón.
Los barquillos han pasado a la historia como postres exquisitos que eran consumidos en la mayoría de las mesas de reyes, burgueses, y grandes señores, aunque posteriormente comenzaron a venderse por las calles. Originalmente fueron confeccionados por panaderos como dulces derivados del pan. Posteriormente la especialización de oficios dio origen a los llamados obleros o barquilleros, quienes se encargaban de hacer la pasta y dar forma a las obleas, llegando a figurar entre el personal de cocina de reyes y grandes señores. Según los escritos encontrados, los barquillos se servían acompañados de vino.
En Santillana del Mar (Cantabria) se encuentra el Museo del Barquillero, en el cual puedes conocer la historia de la tradición del barquillero y en donde toda la planta baja es una gran tienda de dulces y chucherías, todas preciosas y bien colocadas y exhalando un ólorcillo que te da ganas de comprar unos pocos kilos.
Hoy en día la figura del barquillero apenas existe, pero ha sido recuperada en algunas ciudades como Madrid. Se suelen situar en plazas y parques y son habituales en las ferias y verbenas.
Barquilleros de Madrid
En numerosas ciudades han aparecido historias y personajes ligados al barquillo. Una de las más destacadas surge en Madrid, donde es típica la figura del barquillero. Generación tras generación estos barquilleros mantienen viva la tradición y en la actualidad es posible verlos vestidos de chulapos, con la barquilla y cestas de mimbre llenas de barquillos en lugares tan señalados como la Plaza Mayor, el Retiro o la Plaza de Oriente en fechas destacadas como las fiestas de San Isídro o algunos domingos de primavera o verano.
Una de las principales figuras del Madrid castizo era o es el barquillero que llevaba la barquillera a cuestas llena de barquillos con una ruleta en la que los clientes podían probar suerte.
¡Barquillos de canela para el nene y la nena! ¡Barquillos de coco que valen poco! ¡Barquillos de canela y miel, que son buenos para la piel! ¡Barquillos de vainilla, que maravilla!
Los barquilleros de Madrid, ataviados con el traje tradicional de chulapo, llevan una cesta metálica con una ruleta donde, en su interior, se guardan los barquillos, y en su parte superior se puede jugar al juego de El Clavo. El Clavo consiste en tirar de la ruleta, si hay varios participantes, el que saca la cifra menor paga todos los barquillos. Si hay una sola persona, se paga una pequeña cantidad y se gana un barquillo en cada tirada, salvo que se caiga en la casilla del clavo, donde se pierde todo lo ganado. El clavo es uno de los cuatro tornillos que sujetan la ruleta. ¿Te animas a probar suerte?
A finales del siglo XIX y principios del XX, una de las formas de acercarse los mozos a las jovencítas era ofrecerle una tirada de ruleta del barquillero por si tenía suerte y así iniciar una conversación con un barquillo.
La figura del barquillero aparece en numerosas zarzuelas, sainetes… como figura típica de Madrid pero por desgracia, es un oficio a desaparecer. La profesión de barquillero artesanal se está perdiendo y en Madrid quedan muy pocos.
FAMILIA CAÑAS
La familia Cañas es la única barquillería que queda en Madrid, un recoleto obrador en Lavapiés, donde la quinta generación de una familia castiza fabrica este crujiente y sabroso dulce.
Ellos son los últimos barquilleros de Madrid, los únicos que se dedican a fabricar de manera artesanal y a vender esa crujiente golosina elaborada con ingredientes sencillos y naturales.
La receta original consiste en: harina, azúcar, un poco de aceite, un chorrito de agua, esencia de canela o de vainilla y coco rallado para dar consistencia. Otro dato a tener en cuenta es que el barquillo tiene que ser crujiente, no debe de quedar demasiado fino y que alcance un color de oro viejo. Tampoco se desea que tengan un sabor demasiado dulce y que, cuando se sujete en la mano, no se rompa.
Estos artesanos barquilleros no solo se han limitado a lo tradicional porque, también han querido pasar a los anales de la gastronomía con su innovación propia bañando con chocolate algunas de las galletas y canutos.
Ya saben. Si van a Madrid y pasan por el número 25 de la calle Amparo, no se olviden de llevarse de recuerdo alguno de sus suculentos barquillos a un precio irresistible.
La Feria de Abril o Feria de Sevilla es una fiesta de primavera que se celebra anualmente en la ciudad de Sevilla (Andalucía), en la que el público se reúne en un gran recinto denominado Real de la Feria, y en el que destacan los trajes de flamenca, las casetas, la manzanilla, los farolillos y los coches de caballo.
La Feria de Abril es una de las fiestas más internacionales y populares de España.
Se celebra una o dos semanas después de la Semana Santa y coincide con los toros en la plaza de la Maestranza. La feria comienza el sábado a las doce de la noche con la popular prueba del alumbrado, con el encendido de su portada de miles de bombillas y farolillos que la convierten en un ascua de luz, y tras unos interminables días de contento, lujo y señorío, caballistas, amazonas, paseos de caballo y deslumbrantes carruajes, finaliza oficialmente el sábado siguiente a las doce de la noche con un espectáculo de fuegos artificiales a la orilla del Río Guadalquivir.
La Feria es como una pequeña y engalanada ciudad. Un mundo efímero donde las casas son casetas, la iluminación se consigue con farolillos y todas las calles tienen nombres de legendarios toreros.
El suelo de las calles está recubierto de albero, tierra de color amarillento, procedente de la localidad vecina de Alcalá de Guadaira. Ésta es la arena utilizada tradicionalmente en los jardines de Sevilla y en las plazas de toros.
La Feria se ilumina a lo largo de sus calles con millares de bombillas cubiertas de “farolillos” (especie de mamparas esféricas de papel plegado).
Tiene un gran impacto económico y social en la ciudad y está declarada Fiesta de Interés Turístico Internacional.
Origen e Historia de la Feria de Abril
La Feria, tal como la entendemos hoy, fue creada por iniciativa de dos concejales que solicitaron al Pleno la recuperación de las ferias de Sevilla, una en abril y otra en septiembre. Lo de recuperar tenía todo el sentido ya que el permiso para celebrar ambas lo otorgó Alfonso X el Sabio en 1254, seis años después de que su padre conquistara Sevilla. Los concejales fueron dos sevillanos de adopción: José María Ybarra (vasco) y Narciso Bonaplata (catalán).
Don José María Ibarra nació en Bilbao y Don Narciso Bonaplata en Barcelona, pero ambos pasaron en Sevilla sus últimos días, y, a mediados del siglo XIX, celebraron por primera vez la famosa feria de la ciudad, que hoy acoge a miles de turistas y que sabe a jamón, a tortilla de patatas, a “pescaíto frito” y gambas y a esa Manzanilla de Jerez, a menudo mezclado con gaseosa que da lugar al afamado ‘rebujito’.
Corría el año 1846 e Ibarra y Bonaplata, durante su concejalía, decidieron organizar una feria que duraría tres días, cuyo objetivo era la exposición y compra venta de ganado. Y un año después, con el beneplácito de la Reina Isabel II, esta reunión de naturaleza mercantil tuvo lugar en el Prado de San Sebastián el 18 de abril de 1847.
Así nació la primera Feria de los tiempos modernos con 19 casetas y con un éxito tal de público y de negocio que, ya al año siguiente, los encargados de organizar la venta de ganado se dirigían al Municipio para pedirle una mayor presencia de agentes de la autoridad porque “los sevillanos y sevillanas, con sus cantes y bailes, dificultaban la realización de los tratos”.
Lo que comenzó como un evento puramente comercial, con el paso de los años el pueblo de Sevilla ha ido haciéndolo suyo hasta llegar en el presente a considerarse como una de las más singulares expresiones de color y alegría donde el sevillano y aquellos que nos visitan disfrutan de la fiesta durante 6 días cada año.
Noche del “alumbrao”
La Feria de Abril de Sevilla comienza la noche del “alumbrao”, momento inaugural en el que se encienden las luces del recinto ferial. Hay personas en Sevilla que viven la «noche del alumbrao» como si se tratase de la «noche de fin de año».
También esta noche se degusta el tradicional “pescaíto frito” en las casetas.
Otro de los grandes elementos distintivos de la Feria de Abril es el arco que hace de entrada al recinto, la portada, que cada año presenta un diseño diferente para conmemorar algún evento vinculado con la ciudad. El encendido de la portada supone en cierto modo un año más, un nuevo año cargado de ilusiones y emociones que se desarrollan de forma fulgurante en esa semana. Algo así como si la vida estuviera concentrada en una semana.
Las casetas de la Feria de Sevilla
Las casetas son el lugar donde se vive la feria. Formadas por varios socios, son entendidas como un espacio familiar en el que agasajar a amigos, parientes e invitados con los productos típicos de la tierra.
En las casetas, sencilla y bellamente engalanadas, no falta el Fino de Jerez o la Manzanilla de Sanlúcar de Barrameda, el jamón, las gambas, el baile, las sevillanas, las palmas, la guitarra y también, por qué no, la gaita y el tamboril rociero,… y nunca, nunca debe faltar «ese caldo del puchero» con un chorreón de fino, capaz de hacernos sentir como nuevos…
Este ambiente cálido y festivo se traslada también al exterior: la gente suele bailar en la calle y el carácter abierto de los sevillanos invita a unirse a la celebración a todo el que pasa.
Conviene que tenga en cuenta que la mayoría de las casetas son privadas y que se accede por invitación de algún socio o conocido. Aunque también las hay públicas y de acceso libre. En la oficina de información situada en la entrada de la feria le indicarán cuáles son.
El abanico ha tenido muchos usos a lo largo de la historia, desde el sencillo de mitigar con su empleo los calores personales a otros ceremoniales -tanto profanos y eclesiásticos- y hasta los más prácticos de espantar insectos, proteger del sol o atizar las brasas del hogar.
Cuando hicieron su aparición los primeros abanicos plegables, éstos se introdujeron en Europa a través de España. La innovación que aportó el nuevo diseño fue rápidamente copiada y se inició su fabricación primero en España, y luego en el resto de Europa. Con todo, los maestros abaniqueros italianos y franceses superaron paulatinamente la factura española debido a la perfección con que trabajaban y a las medidas protectoras de sus respectivos gobiernos. En la actualidad, sin embargo, estos países ya hace tiempo que dejaron de fabricar abanicos, mientras que en España aún perdura la artesanía abaniquera.
En España el abanico fue acogido rápidamente, sobre todo en Andalucía debido al clima de la zona. Era considerado raro y caro, y en principio fue usado por damas de la alta sociedad, como signo de ostensión y demostración de la categoría social, y con el paso del tiempo se popularizó y llegó a tener un lenguaje de seducción. Este lenguaje consistía en la posición con la que colocaban el abanico, o el modo en cómo se le agarraba, para así transmitir un tipo de mensaje u otro. Las más jovencitas solían recurrir a este “lenguaje” con frecuencia para comunicarse con sus pretendientes en bailes y lugares públicos sin que lo notaran sus madres u otros acompañantes celosos de su correcto comportamiento. Pintores como Goya, Velázquez, Sorolla o Zuloaga, entre otros muchos, han plasmado en sus cuadros la conexión entre una mujer y su abanico.
Origen e historia del abanico en España
Tras la aparición del abanico plegable en España en el siglo XVI, pronto comienzan a aparecer los primeros fabricantes cuyos nombres desafortunadamente se desconocen.
En el siglo XVII, tanto en Madrid como en Sevilla, encontramos nombres de artesanos de abanicos. En Madrid figuran Juan Sánchez Cabezas, Francisco Álvarez de Borja y Jerónimo García, destacando como pintor de abanicos Juan Cano de Arévalo, a caballo entre los siglos XVII y XVIII. De Sevilla son Carlos de Arocha, José Páez y Alonso de Ochoa.
Del uso de materiales caros y transportes transoceánicos, caso de los metales preciosos y el marfil, se fue pasando a materiales económicos como el papel y la madera primero o, posteriormente, la tela de algodón y el varillaje de plástico.
En 1693, concretamente del 8 de junio, diversos maestros de Madrid solicitan sin éxito formar un gremio.
A pesar de la existencia de maestros abaniqueros, la importación de abanicos procedentes de Italia y Francia era importante, lo que obliga a Carlos II en 1679 a limitar la entrada de abanicos procedentes de estos países.
En el siglo XVIII hay constancia de varios artífices de abanicos en Madrid, pero sobresale el francés Eugenio Prost, que llega a España bajo la protección del Conde de Floridablanca. Pero en este período, Valencia se va a consolidar como centro productor, donde existía un gremio de artesanos abaniqueros.
Bajo el reinado de Felipe V, aumentan de nuevo las importaciones de abanicos procedentes de Francia, Italia, Holanda e Inglaterra, quizás debido a la gran demanda de este utensilio.
En 1802 existe ya en Valencia una Real Fábrica de Abanicos, destacando esta comunidad a nivel europeo en la industria abaniquera. Probablemente debido a esta coyuntura, dos franceses van a establecerse en Valencia con objeto de hacerse con el mercado español, importando piezas que después se montan en España. Se trata de Simonet, que llega a Valencia en 1825, y Fernando Coustelier. A raíz de la llegada del primero, varios industriales valencianos de abanicos (Puchol, Mateu…) tienen que acudir a Fernando VII para que prohíba la importación de abanicos franceses.
Pero el gran artífice del siglo XIX va a ser José Colomina, industrial alicantino que revolucionará la producción de abanicos.
En el siglo XX, la producción de abanicos valencianos experimenta un gran auge hasta el paréntesis de la guerra civil, iniciándose después de la contienda un proceso de recuperación con centros en Valencia, Godella y Aldaya que, en 1983, sumaban ya cuarenta fábricas.
Hoy en día, se encuentra en Cádiz la única escuela-taller de abanicos del mundo, pero todo el material, artesanos y artistas están situados en los alrededores de Aldaya, ciudad situada al lado de Valencia. Valencia presenta actualmente una floreciente industria abaniquera que exporta a todo el mundo.
Gracias al uso del abanico Flamenco, las bailaoras logran dar gran gracia y estilo al flamenco. Es por eso que su uso es muy común entre ellas. ¿Pero por qué este elemento coló un lugar en el flamenco? La respuesta tal vez sea ese lenguaje particular que se desarrolló por su uso y que antes hemos mencionado.
Sabemos que el flamenco es música y baile que transmiten un sinfín de emociones en un lenguaje propio, el abanico flamenco es un instrumento imprescindible para comunicar toda esa energía.
Siendo el flamenco un baile tan sensual, grácil y hermoso, es lógica la inclusión de este artilugio para fortalecer ese hechizo de encanto que causan sus movimientos. Y es que como declaro un escritor inglés llamado Joseph Addison: “Los hombres tienen las espadas, las mujeres el abanico, y el abanico es, probablemente, un arma igual de eficaz”.
El proceso de fabricación
El abanico, por simple que parezca, pasa por varias manos especializadas para completar su proceso de fabricación.
Dependiendo del material empleado, se sigue un proceso de fabricación distinto.
Para los abanicos de madera:
En primer lugar se sierran las varillas y se les da la forma y el grosor que necesitaremos para completar el “paquete” que puede ser de 12, 14, 16… hasta 32 ó incluso 40 varillas.
Después de manera opcional, se calan, adornan y maquean
Posteriormente se telan
Ahora se pasa a la fase de pintura de fondo donde le daremos al abanico el color deseado (en el caso de las maderas más comunes), las maderas nobles se pulen para lucir la malla natural).
Pasa después a las manos del artista-pintor que decora la pieza, normalmente con flores, paisajes o figuras románticas.
Posteriormente se barniza o laca la madera, para proteger la pintura y darle el brillo y terminación elegida.
La última mano consiste en remachar los clavillos y añadirle anilla, si se desea. Después de repasar todo el proceso, nuestro abanico está terminado y listo para ser embalado y enviado a nuestros clientes.
En el abanico de plástico, el proceso es completamente distinto:
El varillaje de plástico inyectado sale con la forma del molde correspondiente y el color deseado. Se puede grabar o no con termo impresión, posteriormente procedemos al telado del abanico, y a coser la puntilla en los casos en que la lleve. Con remachar y repasar, el proceso de fabricación está terminado.
Partes del Abanico
El abanico tal y como lo conocemos hoy, se compone de dos partes: el varillaje y el país.
El varillaje está compuesto por un número variable de varillas (siempre par), según la amplitud que se quiera dar al abanico, y por dos guardas o caberas que protegen el abanico cuando éste permanece cerrado. Los materiales más utilizados son el nácar, el marfil, el hueso, distintos tipos de maderas, incluso los materiales plásticos. La fuente que es la parte visible del varillaje situada debajo del país, al igual que las caberas, se ornamenta con calados, grabados, incrustaciones, policromías, dorados, etc. La pajilla o guía, que es la parte de la varilla más estrecha y fina (en algunos casos de un material más pobre que el resto del varillaje), permanece oculta entre los dos países cuando éste es doble, y a la vista en la trasera del abanico cuando el país es simple. El clavillo es un alambre grueso que ensarta las varillas a través de los agujeros en ellas perforados, y se remacha en ambos extremos con la roseta y algunas veces anilla, para que las varillas no puedan salirse.
El país es un sector de forma anular o semicircular, que sirve para dar coherencia al varillaje. Puede ser de tela, papel, seda, etc., y suele estar decorado con pinturas, grabados, bordados etc.
Cabe destacar por su peculiaridad el abanico de baraja, que no tiene país y está compuesto solamente de varillas unidas en la parte superior por una estrecha cinta. Los materiales más empleados son el marfil, la madera, el hueso, el nácar, etc., a veces con calados, grabados, pinturas, incrustaciones, etc., y la cinta suele ser de algodón o de seda, en algunos casos decorada con pintura.
Museo del Palmito de Aldaya
Situado en un bonito edificio color crema cuajado de arcos en su parte superior (la casa Llotgeta, del siglo XVI), el Museo del Palmito es el primero en toda España y el único de titularidad pública en toda Europa. Los valencianos llaman palmito al abanico.
Aldaya es la cuna del abanico, y es por ello que es el mejor lugar para albergar un museo de estas características.
El museo consta actualmente de más de 150 abanicos cedidos por los artesanos y coleccionistas, y de instrumentos donados para entender todas las fases de fabricación de un palmito, como puede ser caladoras o telas.
El flamenco es uno de los elementos más característicos de la cultura española, en especial a lo largo de la región sureña de Andalucía. Es un género musical con un gran contenido estético que le impregna de una gran personalidad diferenciadora del resto de las músicas que pueblan el mundo musical.
El flamenco es una forma de arte musical que se originó en Andalucíahacia el siglo XVIII, tal y como lo conocemos hoy en día, aunque existe mucha controversia sobre su origen. Lo que sí está aceptado por los entendidos es que, en su estado más puro, su origen se concentra en la Baja Andalucía, entre las provincias de Cádiz y Sevilla.
Los primeros artistas del siglo XVIII surgieron en Triana, que junto con Jerez y Cádiz es el enclave en el que el flamenco deja de ser una expresión folclórica para convertirse en un género artístico.
El flamenco es el resultado de la fusión de la música vocal, el arte de la danza y el acompañamiento musical, denominados respectivamente cante, baile y toque. El traje de flamenca es el elemento más característico y vistoso del flamenco.
El flamenco se interpreta con motivo de la celebración de festividades religiosas, rituales, ceremonias sacramentales y fiestas privadas.
Es un signo de identidad de numerosos grupos y comunidades, sobre todo de la comunidad étnica gitana que ha desempeñado un papel esencial en su evolución. La transmisión del flamenco se efectúa en el seno de dinastías de artistas, familias, peñas de flamenco y agrupaciones sociales, que desempeñan un papel determinante en la preservación y difusión de este arte.
El flamenco ha sido declarado Patrimonio cultural inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
El flamenco es como Andalucía misma: una tierra que encuentra su razón de ser en la diversidad, un lugar donde conviven multitud de puntos de vista y donde todos sus habitantes son conscientes de que eso les enriquece. Larga vida, pues, al flamenco, porque no sólo representa a un pueblo: también lo diferencia de los demás.
Origen e Historia
Tal y como lo conocemos hoy en día data del siglo XVIII, y existe controversia sobre su origen, ya que aunque existen distintas opiniones y vertientes, ninguna de ellas ha podido ser comprobada de forma histórica.
En un rápido ejercicio de imaginación podríamos trasladarnos hasta la España árabe, pues las modulaciones y melismas que definen al género flamenco pueden provenir de los cantos monocordes islámicos.
Hay también quien atribuye la creación de esta música a los gitanos, un pueblo procedente de la India -hasta hace relativamente poco se creía que eran egipcios- y desperdigado, por su condición de errante, por toda Europa. En España entraron a principios del siglo XV, buscando climas más cálidos que los que hasta entonces habían encontrado en el continente. Tampoco se pueden olvidar los diferentes legados musicales que dejaron los deudos andaluces en el Sur de España, donde habían tenido vigencia las melodías salmodiales y el sistema musical judío, los modos jónico y frigio inspirados en el canto bizantino, los antiguos sistemas musicales hindúes, los cantos musulmanes y las canciones populares mozárabes, de donde probablemente proceden las jarchas y las zambras.
Sin entrar en juicios de valor sobre qué teoría tiene más fuerza -existen otras pero con menos aceptación-, lo que sí se puede asegurar es que el flamenco nace del propio pueblo, tiene una evidente raíz folclórica, más al pasar por el tamiz de las gargantas de creadores puntuales se ha convertido en un arte indiscutible.
TÉRMINO “FLAMENCO”
Otro de los aspectos que hacen que este arte sea un verdadero misterio radica en definir cuál es la procedencia exacta del término «flamenco». Existen múltiples teorías acerca de la génesis de este vocablo, aunque quizás la más difundida es la defendida por Blas Infante en su libro «Orígenes de lo flamenco». Según el padre de la Autonomía andaluza, la palabra «flamenco» deriva de los términos árabes «Felah-Mengus», que juntos significan «campesino errante».
También llegó a tener muchos adeptos la curiosa teoría que afirmaba que flamenco era el nombre de un cuchillo o navaja.
Como las anteriores, tampoco sigue sin corroborarse la teoría que afirma que la palabra flamenco se debe a que la música polifónica de España en el siglo XVI se acrecentó con los Países Bajos, es decir, con la antigua Flandes. Antiguamente se creía que los gitanos eran de procedencia germana, lo que explica que se les pudiera llamar flamencos.
Finalmente, existen dos hipótesis menos comprometidas, pero bastante interesantes. Antonio Machado Álvarez (Demófilo) dice que «los gitanos llaman gachós a los andaluces y estos a los gitanos los llaman flamencos, sin que sepamos cuál sea la causa de esta denominación». Y Manuel García Matos afirma: «Flamenco procede del argot empleado a finales del siglo XVIII y principios del XIX para catalogar todo lo que significa ostentoso, pretencioso o fanfarrón o, como podríamos determinar de forma genéricamente andaluza, echao p’alante«.
Cante, baile y toque
El cante flamenco, que también así se denomina todo el género musical, se presenta al público, en formato de dúo, es decir un cantaor o cantaora más la persona que le acompaña con la guitarra. Se cimenta sobre estructuras musicales diversas, que se denominan cantes, estilos o palos.
Se denomina «cante» a la «acción o efecto de cantar cualquier canto andaluz», definiendo «cante flamenco» como «el canto andaluz agitanado» y el “cante jondo” como «el canto más genuino andaluz, de profundo sentimiento».
Otra variante de exposición del flamenco es en grupo (llamado Cuadro Flamenco) de músicos los cuales cantan, tocan la guitarra y/o bailan interpretando algunos de los diferentes estilos que conforman la música flamenca.
El baile flamenco es una forma de expresar los sentimientos y las pasiones humanas a través de movimientos que surgen de las danzas que contiene esta música. Su técnica es compleja y la interpretación es diferente, según la creatividad del artista que lo ejecute, si es un hombre lo bailará con gran fuerza, recurriendo sobre todo a los pies (el zapateado); y si es una mujer lo ejecutará con movimientos más sensuales.
El toque nace como acompañamiento instrumental del cante y del baile. El toque de la guitarra flamenca ha sido la disciplina que más tarde llegó al género musical, pero es la que más ha evolucionado en el tiempo de existencia del flamenco. Éste se acompaña también con otros instrumentos como las castañuelas, y también con palmas y tacones.
El flamenco también se apoya en otros instrumentos como castañuelas o palillos, las palmas, el zapateado, el golpe con los nudillos de las manos y, más recientemente, el piano, el cajón, la flauta, el violín, etc.
Los palos flamencos
Los palos del flamenco son cada uno de los estilos de cante de este arte. Existen más de cincuenta y cada estudioso los agrupa de una forma distinta, ya sea por procedencia, según su métrica, si van acompañados o no de guitarra o baile…
Para entenderlos, es importante saber que cada uno de los palos del flamenco tiene una estructura, con una parte fija y con una parte variable (porque en un tablao flamenco puede pasar de todo, y hay que dejar un espacio a la improvisación). Como todos los artistas de un cuadro flamenco conocen esta estructura, todos van “al mismo compás”.
Los principales palos flamencos serían los siguientes:
Alegrías: Su propio nombre lo dice; este es un compás que indica fiesta y alborozo. Su compás es el mismo que el de la soleá, pero va más rápido.
Bulerías: No hay fiesta flamenca que no acabe por bulerías. Es el cante y baile más flexible de los palos del flamenco, y parece ser que proviene de los gitanos de Jerez, en Cádiz. El compás es (otra vez) el mismo que el de la soleá, ¡pero trepidante! Las bulerías transmiten barullo, alboroto… En el caso de que sean bulerías por soleá, el ritmo es más lento.
Fandangos: De origen árabe y portugués, este compás nos recuerda al fado y a la mezcla de culturas. Cada zona ha hecho suyo su propio estilo, y así hoy tenemos los fandangos de Huelva, los fandangos de Málaga (o malagueñas), las rondeñas, las jaberas, los jabegotes, los verdiales, el chacarrá, la granaína, el taranto y la taranta etc.
Seguiriyas (o seguidillas, según con quién hables): Es un cante lleno de sentimiento, triste y doloroso, el que más nos recuerda al cante hondo. Su baile suele ser muy solemne, sin ornamentos, y muy emocionante.
Sevillanas: Es posiblemente el baile flamenco más extendido; se baila en toda Andalucía y tiene la singularidad de que se danza en parejas. Las sevillanas es el baile por excelencia de la Feria de Sevilla.
Soleás o soleares: Se discute si su nombre viene de soledad, o de solear, es decir, ponerse el sol. También es un cante solemne, con sentimiento, y es uno de los pilares de los palos flamencos.
Tangos: Como las soleares, los tangos son uno de los palos del flamenco fundamentales. El baile por tangos es posiblemente el más antiguo, aunque después este palo se haya independizado a solo cante. Aquí es donde un flamenco puede demostrar toda su picardía, su gracia y su salero…
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